Obrador, Peña, Quadri, Vázquez

Hoy, en la mesa de diálogo del Canal Once, "Primer plano", se debatía sobre la labor que tienen los analistas políticos frente no sólo a las elecciones sino a cualquier hecho de interés. Creo que podríamos resumir algunas características comunes. La primera, la contextualización de los hechos. Un hecho descontextualizado puede llevarnos a una conclusión fallida. Segunda, la declaración de los intereses particulares que, de manera inevitable, están presentes en cada uno de los análisis. Es decir, declarar un posible sesgo en el análisis que, bajo cierta postura de todo analista, lleva de por sí. Tercera, la famosa objetividad nunca lograda. Esto es, buscar dicha utopía en la solidez de los argumentos y en el análisis de elementos pertinentes. Cuarta, no menos importante y muy relacionada con la anterior, enumerar todas y cada una de las fuentes de información.

Creo que existen pocas observaciones al respecto. Si no me equivoco, todos estamos de acuerdo en estas características. Cada una, claro está, debe estar bajo sospecha y, sobre todo, en constante reflexión. Pues bien, quisiera agregar a las cuatro características que pude rescatar de la mesa de hoy, una más que me parece vital: la posibilidad del error y, con él, la posibilidad de un cambio de perspectiva y opinión. ¿Cuántas veces los analistas están equivocados y su opinión no muda en lo más mínimo?, ¿cuántas veces los datos o los hechos o los argumentos son contundentes pero no mueven ni un ápice su posición? ¿De qué sirve, entonces, "el debate"?, ¿para qué gastar horas y horas en algo cuya conclusión es inamovible?

Esto, si no me equivoco, es el principal problema de la llamada democracia con base en los votos de la gente. Conozco, para mi desgracia, decenas, si no es que cientos, de personas cuyo voto estuvo decidido desde el principio, cuya perspectiva no depende de un historial ni mucho menos del acercamiento a diversas fuentes de información, sino de filiaciones. ¿Quién hablaba de filiaciones y afiliaciones? No importa quién haya sido, lo importante es hacer la distinción. Una filiación supone herencia, simpatía a priori, poca reflexión y sólo fe; una afiliación, en cambio, supone algo de crítica (pero crítica al fin), un poco más de búsqueda y mucho más aún de duda. La afiliación debe ser el deporte de las elecciones. No obstante, se ha prostituido este término y es común escuchar ahora que hay personas "afiliadas" a los partidos. No hay término peor empleado en el terreno de la política que éste. Pues la afiliación necesariamente es pasajera, es dubitativa, como dije, y, por ende, no siempre constante. Hay, sin duda, filiados a los partidos políticos, por ejemplo; mas no afiliados. Es decir, hay padres que fueron hijos de un partido y no hijos de una idea sin nunca ser padres.

Declaro abiertamente que no simpatizo con ninguno de los tres candidatos. La razón es simple: ninguno está dispuesto a debatir en verdad o, quizá, ninguno debatirá como me parece que deben debatir. Se ha dicho, y con justa razón, que una buena moderadora para el debate podría ser Aristegui. Pocos periodistas tienen tanta habilidad como Aristegui para incomodar a cualquier persona. Incluso se ha criticado a Peña Nieto porque no quiso asistir (ni asistirá) a la mesa de los lunes de Carmen. De acuerdo. Pero..., veamos nuevamente las cinco características previamente descritas. ¿Cuál de ellas puso en conflicto a López Obrador? Creo que la pregunta más incómoda a Obrador en la primera mesa, poco antes de que se iniciaran las campañas, fue si la casa de Chiapas (¿Chiapas?, no recuerdo) se llama "La chingada". Esa fue la única interrogante verdaderamente incómoda (ni siquiera la de Bejarano). No digo con esto que haya sido un debate controlado, para nada; ni mucho menos quitarle el valor, para mí, como dije, casi inigualable, a la labor de Carmen Aristegui. Sólo opino que ese ligero matiz demuestra la más-menos simpatía-apatía-empatía con algún candidato. Esa misma mesa con Ciro Gómez Leyva, Maerker, María Amparo Casar, por ejemplo, hubiera sido totalmente distinta.

Así como no me imagino que López Obrador se dé una vuelta por "Tercer grado", por ejemplo, no me imagino tampoco que Peña Nieto se pasee por MVS. ¿Qué quiere decir esto? A mi entender hay una sola respuesta: no saben debatir sin que sus ideas (pocas, ajenas, qué importa) se vean atropelladas por su inexistente costumbre de debatir. Creo que la de Peña Nieto es la menor de todas. A decir verdad, tengo la impresión de que todos los candidatos se hacen candidatos en la marcha, y presidentes también. Y creo que conozco la razón: no tienen tiempo de poner en tela de juicio sus propias ideas. No tienen tiempo de hacer eso que los analistas tienen la obligación de hacer. Han cubierto, bien o mal, su carrera política; pero han descuidado su carrera ideológica. No digo que citen a Weber todo el tiempo, pero sí me gustaría escuchar un debate ideológico en sí mismo, un conflicto de ideas con poca solución y muchas dudas. Todos, así lo parece, tienen muy claras las cosas que necesita este país; todos, así lo hacen saber, tienen muy claras sus posturas. ¡Qué otra prueba para desconfiar de ellos!

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