Ofrenda



Mi papá murió hace unos años. Como es mi costumbre, olvidé la fecha. Mi hermana Daniela, quien parece tener grabado en la mente el árbol genealógico familiar hasta las ramas más altas y las raíces más profundas, me recuerda datos importantes, en especial cumpleaños y edades. (Por ello, como entiende Derrida, la escritura es mi fármaco.) Yo no tengo esa virtud. Mi única virtud radica en haber nacido en una fecha que nadie podría olvidar, no en México. 

Nací el 2 de noviembre, igual que mi abuelo paterno. Esta coincidencia fue un sello en la familia y un orgullo para mi padre. Cuentan que él y mi mamá llegaron la noche del 1 de noviembre al centro de salud del pueblo y que mi papá, con la mente puesta en el mañana, “sugirió” (utilicemos este verbo) a mi madre la posibilidad de que yo naciera el mismo día que el abuelo. Si mi madre me retenía unas horas más, ni siquiera habría discusión en el nombre. Como siempre, “la jefa se rifó”. Nací pasadita la 1 de la madrugada. 

Mi abuelo nació en 1918, él mismo me lo dijo. También me contó que le contaron que vio la luz en medio de una ola de muertes de recién nacidos en su pueblo. Algo de eso quisieron sus padres que se notara en el nombre: Salvador. Desconozco los detalles y he preferido ignorarlos, pues el pasado no conoce de verdades. Algo, sin embargo, era obvio: el abuelo presagiaba resistencia al tiempo. Vivió cien años. Enterró a varios hijos (incluyendo mi padre), a varios nietos y a mi abuela. Una vez Jesús, mi amigo, dijo que él era el arquetipo; yo, la copia. 

Cuando Dante Alighieri aparentemente contaba con 35 años, escribió: “Nel mezzo del cammin de la mia vita”. Mi padre de algún modo ejemplificó ese verso: murió a los 70 años. Si acaso yo siguiera esa tradición, ahora mismo estoy a la mitad de mi vida. Si por accidente alcanzo los 70 (se entiende que una copia no puede aspirar al arquetipo) me daré por bien servido. 

A los veintitantos escribí una entrada en este blog que ahora me parece un tanto patética, quizá porque me encontraba (la depresión es un grillo en la cabeza que canta para salir del encierro) en un momento complicado (http://dosvecesyo.blogspot.com/2010/08/habeo.html). Algunas cosas he aprendido en la vida desde entonces, aunque no tantas como quisiera: el futuro no pinta de ningún color, el amor es una fe, los padres deben crecer con los hijos y la testarudez o la voluntad, que son lo mismo, lleva a las personas a desafiar a la muerte. 

Si el Salvador del futuro releyera esta entrada en unos años más (cuando cumpla 38, por ejemplo), me gustaría preguntarle qué tanto he cambiado y si ya escribió de una buena vez el libro que justificará nuestra existencia. 

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