Hora de dormir



Tuve mi primer trabajo remunerado (en un taller que se dedicaba a fabricar ropa) al tiempo que cursaba mis estudios secundarios. En aquel entonces, mi jornada escolar era de 7:00 am a 2:00 pm y el ingreso a mi trabajo era a las 3:30 pm. Esa hora y media resultaba suficiente para caminar a casa (la escuela estaba a unos 20 minutos a pie), mudar el uniforme a ropa de calle, comer y tomar una combi que me llevara al taller de ropa. Recibía 35 pesos por una jornada de 3:30 a 7:00 pm; el sábado, 70 pesotes, pues era todo el día. Durante ese tiempo, mi cartera se nutría de sueños y gastos: el trabajo brinda esa sensación de satisfacción y superación personal. 

Algo, sin embargo, complicaba las cosas: tenía que cumplir con la tarea (esa actividad engorrosa que suele tener la función de entretener, antes que aprender). No recuerdo que mi desempeño se haya visto disminuido; pero sí me recuerdo regresar a casa poco antes de las 8, cenar, tomar un baño y comenzar a trabajar a eso de las 9:30 o 10:00 pm en actividades y ejercicios ahora olvidados. Aquellos desvelos no hicieron mella en mi cuerpo, o no en ese tiempo. 

Veinte años más tarde, me siento cansado. Me imagino tendido en cama, con los brazos y las piernas colgados, el cuello doblado, el sudor en la frente y un ronquido estrepitoso. Los desvelos parecen una exigencia de la adultez, de la paternidad, de la responsabilidad. La noche es larga e inspiradora, calma y silenciosa, ideal para el trabajo; no obstante, los párpados se cierran, la espalda se encorva, los brazos ostentan gruesas venas y los dedos están entumecidos. No puedo, simplemente no puedo. El cansancio es un rival invencible. 

Hasta mañana. 

SCC

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