La búsqueda de la precisión en las cifras
Ahora que las cifras nos persiguen como sombra, que leo en palabras sobre el ajuste, la desacreditación o incluso la falsedad de los números que cuentan los contagios y los muertos por COVID-19, pienso que es preciso agregar algunas ideas de base a la discusión (que, por cierto, continúan inquietudes previas: "Los números y la vida" y "El riesgo de las leyes").
La vida y el cambio
¿Se puede contar de manera precisa algo que está sustentado en el cambio? Contar, sin duda; con precisión, no lo sé. La acción de contar permite establecer una relación entre algo o alguien y un signo convencional, pero ni ese signo ni esa acción comprenden per se la realidad. Si el objetivo de contar se cumpliera a cabalidad, no debemos olvidar que ese resultado puede estar inscrito en un fenómeno más grande o que, pertinente ahora, puede no serlo en un futuro. Adorno ha dicho que la verdad tiene un núcleo temporal. Los fenómenos que nos rodean se fundan en el movimiento, en el cambio (señala Bergson), por lo que no existe una totalidad inmutable que espere a ser descifrada. Dicho de otro modo, en el universo las variables son más numerosas que las constantes. Si las segundas estuvieran detrás de la lógica del mundo, sería cuestión de tiempo para aprehender de forma completa fenómenos de cualquier naturaleza. Nada más lejos de la realidad. Si acaso nos acercamos a tal cometido, existirán, o de hecho existen, fenómenos tan complejos que escapan a cualquier modelo. "Toda representación científica de la realidad es limitada", recientemente escribieron Lazcano Araujo y Cossío Díaz.
El resultado obtenido de la acción de contar es necesario, pero no siempre determinante en la construcción del conocimiento (información no es conocimiento). Además de que la "simple" acción de contar implica varias limitantes circunstanciales. Por ejemplo: ¿cómo contar las mariposas monarca que llegan a México (al principio me parecía exagerado “delimitar” el campo de estudio a un país, pero después recordé que no otra cosa se pretende hacer con la epidemia que nos aqueja)? A este ejercicio de sumar uno más uno, podemos agregar algunas variables interesantes: ¿cuántas mariposas salen de Canadá y cuántas llegan?, ¿cuántas mueren en el camino?, ¿dónde o cuándo mueren?, ¿por qué mueren? Como notará el lector, las respuestas que requieren estas interrogantes, además de que presentan varios retos, no se limitan a blanco o negro, ni siquiera a escalas de grises, sino a algo más complicado. Perus advierte que la realidad es espesor.
¿Cifras falsas?
Quien sea docente sabrá que no importa qué tan completa luzca su tabla de Excel, siempre habrá algún dato, algún incidente, alguna situación, algo, en fin, que impida que esa tabla sea perfecta y “capture” lo que sucede en un escenario “controlado” como el aula de clases. (Recurro a este ejemplo por experiencia propia.) Pensemos en una lista de asistencia. Este recurso tan "simple y fácil de llenar", es más bien la simplificación de algo sumamente complejo: asistencia, falta, retardo, asistencia ausente, asistencia que va al baño con frecuencia, asistencia que espera a que alguien más realice el trabajo, asistencia con justificante, falta que cumple, falta que no necesita estar presente, falta por abandono escolar, falta por pérdida de un familiar, retardo por tráfico, retardo por problemas de pareja, retardo por violencia, por, por, por. Reducir a tres (asistencia, falta o retardo) el registro de estar o no en la escuela es, para muchos, una “falsedad”.
A mi entender, el adjetivo “falso” es inapropiado para referirse a las cifras que resultan de una operación (sumar, por ejemplo). ¿Qué culpa tienen los números de las intenciones, de los modelos imperfectos, de nuestras limitantes? Probablemente debamos decir, eso sí, que las cifras que tratan de “reflejar” la realidad tienden a la simplificación, a la imprecisión, a la aproximación; o bien, al cuchareo, cuando no a la omisión e invención voluntarias. Para los primeros casos, no hay más remedio que seguir buscando algoritmos que permitan una descripción más exacta o, si no es mucho pedir, exacta y fácil de aplicar (porque luego la complejidad ocasiona titulares innecesarios y desinformación). Vale la pena recordar aquí a Stephen Hawking:
La teoría de la relatividad general de Einstein predecía un movimiento de Mercurio ligeramente distinto del de la teoría de Newton. El hecho de que las predicciones de Einstein se ajustaran a las observaciones, mientras que las de Newton no lo hacían, fue una de las confirmaciones cruciales de la nueva teoría. Sin embargo, seguimos usando la teoría de Newton para todos los propósitos prácticos ya que las diferencias entre sus predicciones y las de la relatividad general son muy pequeñas en las situaciones que normalmente nos incumben. (¡La teoría de Newton también posee la gran ventaja de ser mucho más simple y manejable que la de Einstein!) [Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros, trad. Miguel Ortuño. México, Crítica, 1988, p. 29.]
Para los segundos, no hay necesidad de citar un solo ejemplo, pues el mundo (incluso el académico) está repleto de ellos.
Fe de erratas: modelos y medidas
Es conocido el pasaje irónico del cuento “Míster Taylor” de Monterroso en el que, a falta de cabezas que exportar, cualquier comentario insostenible podía ser trágico con tal de mantener el negocio:
Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos delictuosos. Ejemplo: si en una conversación banal, alguien, por puro descuido, decía “Hace mucho calor”, y posteriormente podía comprobársele, termómetro en mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le cobraba un pequeño impuesto y era pasado ahí mismo por las armas, correspondiendo la cabeza a la Compañía y, justo decirlo, el tronco y las extremidades a los dolientes. [Obras completas (y otros cuentos). Barcelona, Anagrama, 1998, p. 8.]
Ahora que tenemos frente a nosotros una crisis que ha puesto al mundo de cabeza, quizá debamos poner mayor énfasis en la discusión de los instrumentos de medición y no sólo en el “descuido”, en la interpretación del “descuido”, en el “pequeño impuesto”, en "pasar por las armas" a los "culpables", en la búsqueda de destrozar por medio de chismes a quienes se exponen de manera pública. Creo, pero es sólo una impresión que no he tenido tiempo de comprobar, que la discusión en la prensa y en las redes sociales se ha enfocado (con honrosas excepciones que se pueden contar con los dedos) en todo, menos en el instrumento de medición. Con esto quiero decir que el debate suele estar entre sujetos y no sobre objetos.
En suma, me parece que la expresión “cifras falsas” debe ponerse en tela de juicio. Considero que se trata de una frase imprecisa (“falsa”, dirán algunos). Y aquí veo dos caminos (que lamentablemente simplifican y dejan fuera otras tantas posibilidades): Si el modelo es impreciso o fallido, la tarea consistirá entonces en determinar qué variables no son pertinentes, qué cálculos resultan innecesarios, qué operaciones fueron mal ejecutadas… Si el modelo responde a la voluntad de obtener ciertos resultados, entonces me parece que el modelo debe desecharse y diseñar uno nuevo. Temo, sin embargo, que para llegar a ese nivel de bien común (donde el debate se centra en objetos y no en sujetos), se requiere de manera urgente que los involucrados en los temas relevantes del país, en algún momento, siquiera de pasada, admitan si se equivocaron en sus proyecciones, si escribieron o pronosticaron un futuro al cual no se llegó, si lanzaron improperios en contra de alguna figura y resultó que su interpretación era la menos informada… porque ya estuvo bueno de que todos tengan la razón y nadie se equivoque.
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Saludos.