Santiago, NL

(Me solicitaron un texto sobre Santiago, Nuevo León. Debo decir que no conozco este Pueblo Mágico, pero que el texto fue inevitable. Las imágenes fueron tomadas de diversos sitios turísticos.)



Santiago es una pequeña herida en la Sierra Madre Oriental. Su pasado es más antiguo que su nombre: los caminos, que hoy deleitan a propios y extraños, fueron alguna vez veredas que se perdían en la montaña. Su presente comulga cultura y naturaleza: luce los colores del Virreinato y ostenta el azul y el verde de los pueblos eternos. Hoy el acento regio no sólo prevalece en el comercio de la palabra. 

Al principio se dice que el valle y la sierra quebrada fueron vistos por guachichiles, tribu que a su paso dejó tenue eco. Después sonaron como látigo los sobrenombres de los caciques Guajuco y Colmillo, al menos hasta que se encumbrara el apellido Montemayor. Es así como alguna vez este pueblo se llamó Valle de Santiago de Guajuco. 

La parroquia del apóstol compite por los cielos en cualquier postal. Sus torres asimétricas simulan el ojo atento del artista que mira el paisaje campirano. Además, conserva en sus muros ecos de intervenciones extranjeras y marcas de una Revolución apagada. Apenas el viajero pone un pie fuera de ella, se encuentra con una reminiscencia de la Reforma en la plaza Ocampo. Cruzar las puertas de la parroquia es caminar la Historia. 



Cuando el tiempo empedrado termina —calles angustiantes y estrechas— se bosquejan senderos de aventura y esparcimiento —caminos nuevos sin historia—. El afuera ofrece santuarios dedicados a la grandeza de la naturaleza que descienden al mundo de la humanidad. Es bien conocido el cerro en forma de una silla de monta; pero se debe señalar que por este rumbo se encuentra la parte postrera del caballo acaudalado. A decir verdad, Villa de Santiago sacia la sed de las más acaloradas gargantas. Fue bendecida no sólo por caídas como Cola de caballo, también por senderos resbaladizos como el de Matacanes, por el río San Juan que arrastra historias fronterizas de un norte más pronunciado, por La Boca que parece dos manos unidas cubiertas de agua para el viajero. Santiago es destino de una eterna vitalidad y de una sanadora purificación que pocos pueblos ostentan.



Quien apreciara el paisaje, dudaría incluso que se encuentra en uno de los tantos nortes del país, ajetreado y febril de movimiento; pero basta doblar una esquina para escuchar las palabras que, según dicen, aparecen de golpe y no conocen la duda. Pero hay una manera más de saber que se está en el norte. Se podrá engañar los sentidos y el juicio, pero nunca el estómago. Las brasas son un olor peculiar de estas tierras y Santiago no es la excepción.


Este pueblo es una pequeña herida en la Sierra. De la herida emana agua sanadora y mágica. Algunas personas del lugar aseguran que, quien bebe de estas aguas, regresa pronto y nunca más lo abandona. 


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