Spiderman de Reforma
Hace unas semanas tuve que caminar Paseo de la Reforma en varias ocasiones. Uno de esos días en los que el tiempo no apremiaba, desaceleré mi paso a ritmo de turista. Luego de doblar la autonombrada “Esquina de la Información” (entiendo el juego retórico, pero ahora pienso que la verdadera información no está ni en esa esquina ni en otra, porque la información, como la búsqueda interesada y crítica, no tiene esquinas), baboseaba por las alturas y distinguí entre espejos opacos a tres limpiaparabrisas, como es su costumbre, colgados de varias cuerdas dubitativas. Tomé entonces la primera fotografía. En ella se puede ver el muro de cristal del “Krystal Grand” y tres hombres que recién habían comenzado con su labor. Escribo “que recién habían comenzado con su labor”, porque puede apreciarse en la fotografía la pulcritud de unos cuantos ventanales frente al resto del muro opaco. Eran algo así como 9:45 de la mañana.
Compartí
la imagen con Zyan, mi novia, y, como generalmente sucede, fue ella
quien me dijo que uno de los limpiaparabrisas llevaba la combinación
azul y rojo como Spiderman. Y ahí estaba, nada más y nada menos, un
superhéroe en acción en pleno lunes. Me resta decir que ese primer
día estuve encerrado hasta altas horas de la noche, que los ojos
solían mentirme, que el cansancio se acentuaba con el brillo de las
farolas y el ruido de los autos.
Bastó
un día para que los limpiaparabrisas terminaran su misión, pues el
martes, Spiderman y su compañero combatían contra las últimas
columnas de cristal. Ya no eran tres, sólo dos limpiaparabrisas
(fotografía segunda). La empresa se había vuelto inevitable, como
suele suceder a los superhéroes.
Y fue en este punto cuando vinieron
a mí serias preguntas (no mías, debo decirlo, pero sí de otros que
insisten en ver a los superhéroes como un lujo de la ficción):
¿para qué arriesgarse tanto?, ¿cuánto ganarán estas pobres
personas?, ¿estarán asegurados?, ¿su sueldo será suficiente para
mantener a la familia?, ¿piensan vivir toda su vida de ese ingreso?
Soy incapaz de responder tales cuestionamientos; es más, soy incapaz
de proponer una sola cosa para cambiarlos, a pesar de mi indignación
o descontento. Pero hubo algo que descubrí el día miércoles
(tercera fotografía), cuando, por cierto, el tiempo no estaba de mi
lado y llevaba tanta prisa que sólo volteé un segundo al muro de
cristal, y aprecié, como nunca me había pasado en aquella semana ni
en la anterior, pues el edificio había estado completamente opaco y
sucio, que el cielo de la Ciudad de México, a través de los
cristales del “Krystal Grand”, lucía más lindo que nunca.
Comentarios
Abrazo, carnal.