Nigoyan-Mondragón-Swartz
En general, me siento orgulloso de presenciar los logros de una generación treintañera (más-menos dos años) de altos vueltos. Ya saben: Nadal, Zuckerberg, Tomás Escobar, Bolt, Stromae, Messi, Phelps y otros que seguramente andarán por ahí. Digamos que compartir el tiempo con ellos (no necesariamente las circunstancias) me entusiasma.
Pero hay otra especie de generación que admiro aún más, una que corre el riesgo de ser olvidada, de la cual lamento profundamente no formar parte y que, por la imposibilidad de mi memoria, resumo con tres apellidos que deberían enmarcarla: Nigoyan, Mondragón y Swartz. Mi entereza, mi razón y especialmente mi edad se someten a su recuerdo. ¿De qué privilegios gozo yo, un tipo de 30 años, para seguir con vida?; ¿en qué momento el mundo se jodió para que estos tres estén muertos? Cada que pienso en ellos, me viene a la mente El primer hombre de Camus. Me siento desarmado ante jóvenes que murieron antes que yo y que pudieron ser mis amigos.
Si lo pensamos bien, ninguno de los tres murió: los tres fueron muertos, incluso Aaron Swartz. Nigoyan fue muerto en enero 22 de 2014 a la edad de 20 años, en las barricadas de la aún dolorosa Ucrania. Julio César Mondragón fue muerto, según entiendo, el 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. Formaba parte del segundo convoy, el de ayuda, luego del levantamiento de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Tenía 22 años. Aaron Swartz se suicidó el 11 de enero de 2013 a la edad de 26 años, luego de ser acusado por robo de información.
Reconozco la entereza de los primeros mencionados, los admiro, su lugar en la Historia es indiscutible; pero Nigoyan-Mondragón-Swartz, la generación que encabezan estos tres, merece algo más que mi admiración: el respeto que puede ofrecer una persona, que es mayor, a héroes de inmenso tamaño y “tamaños” y el temor de quien pretende profesar un ejemplo como el de ellos.
Sólo tengo una cosa más que decir. Y es para quien quiera que sea el responsable de las muertes de estos hombres: ¡Pinches putos de mierda!
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