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Soñé que tomaba mi mochila, un par de mudas, un cuaderno y un bolígrafo, un solo boleto en mano, y me iba, así nada más, a donde siempre he querido ir: caminar junto a la mezquita, adentrarme en el mercado, dejar mis tenis a las puertas de un albergue, dormir a pierna suelta sin preocuparme por el nombre de los días ni el número del tiempo, compartir el pan con personas que nunca más volvería a ver, sentirme foráneo, desesperado por las lenguas que nunca aprenderé, y escribir, escribir, en la mañana, en la noche, cuando las letras lo precisen, cuando así lo exijan las palabras, ignorante de los límites y la agenda, extraño de mí, tan de modos y reglas, de horarios y despertadores, de vida moldeada por las costumbres, de amaneceres iguales.

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