* * *
Soñé
que tomaba mi mochila, un par de mudas, un cuaderno y un bolígrafo,
un solo boleto en mano, y me iba, así nada más, a donde siempre he
querido ir: caminar junto a la mezquita, adentrarme en el mercado,
dejar mis tenis a las puertas de un albergue, dormir a pierna suelta
sin preocuparme por el nombre de los días ni el número del tiempo,
compartir el pan con personas que nunca más volvería a ver,
sentirme foráneo, desesperado por las lenguas que nunca aprenderé,
y escribir, escribir, en la mañana, en la noche, cuando las letras
lo precisen, cuando así lo exijan las palabras, ignorante de los límites y la agenda, extraño de mí, tan de modos y
reglas, de horarios y despertadores, de vida moldeada por las
costumbres, de amaneceres iguales.
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