You'll never walk alone
Las
multitudes me desagradan. En general, creo que me alejo de ellas. O
quizá no sea yo. Pienso que el ejercicio de la escritura exige una
reclusión no sólo de cuatro paredes, a piedra y lodo, con llave y
candado, sino una cárcel de cuerpo y mente. No confundir lo anterior
con el criticado castillo del escritor, algo así como una morada de
príncipe. Nada más falso. La lectura, por ejemplo, el otro bien del
que precisa la escritura, es muchas veces una de las maneras más
tajantes y ásperas de enfrentar la realidad. Ha dicho Max Ramos que
la lectura puede afilar la navaja del asesino más ignorante o, por
qué no, dotar de mejor vida a cualquier hombre.
A pesar de estar negado a las multitudes, creo reconocer en ellas el poder de su simbología, acaso porque compartir una idea o una nota o una voz sea un dulce y cálido alimento para el alma (perdonen lo cursi de esta última línea). Las diferencias sólo se disuelven en las multitudes.
A pesar de estar negado a las multitudes, creo reconocer en ellas el poder de su simbología, acaso porque compartir una idea o una nota o una voz sea un dulce y cálido alimento para el alma (perdonen lo cursi de esta última línea). Las diferencias sólo se disuelven en las multitudes.
Digo
lo anterior, porque en semanas pasadas, en el estadio del Borrussia
Dortmund, dos personas murieron. La multitud que se había dado cita
para ver un partido más de la jornada, se quedó muda, como quien
recibe la muerte en su propia casa. El gesto de la multitud, sin
embargo, me dejó boquiabierto. A mitad del partido y al final
también coreó la famosa pieza que yo había escuchado más de una
vez a la afición del Liverpool: “You'll never walk alone”. Aquí
el momento:
En
medio de la muerte común (no sé si el adjetivo convierta a la
muerte en un pleonasmo), la multitud acompaña en un acto de memoria
coral a la vida que llegó a su fin. No hubo enjuiciamiento de esas
dos personas muertas, nada tenían que hacer ahí la religión ni los
colores ni las ideologías, lo único que compartían esas dos
personas con el resto de la gente era que habían pisado el mismo
estadio y que eran hombres.
Pero
qué pasa cuando una parte de esa multitud muere, cuando la herida
incluye a todo un flanco. ¿Qué podemos hacer ante ese escenario?:
¿decirle a nuestros muertos que “nunca caminarán solos”?
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