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Cada vez que la idea del suicidio llega a una persona, debería pensar en la inutilidad de los milenios hechos vida. Recuerdo esa escena de El primer hombre de Camus, cuando el protagonista se acerca a la tumba de su padre y se da cuenta de que había muerto a una edad menor a la suya. Esa incongruencia del tiempo, morir antes de tiempo, llevarse el tiempo que falta antes de tiempo, agotar el tiempo cuando pintaba toda una vida por delante, se vuelve abrumadora si la pensamos en la inutilidad de los milenios hechos vida. Claro que el asunto acarrea otros factores tildados de ridículos: morir a los 30 es acaso menos poético que hacerlo en plena adolescencia, cuando la estupidez aflora tanto como el romanticismo. Te lo dije: ¡hazlo! Se trataría de un anacronismo, falta de tacto, un accidente interrumpido por un accidente. Maldita desgracia la de aquellos que se esfuerzan, sin conseguirlo, por ahorrarle al mundo la ilusión de una vida, cuando ésta siempre fue una mala broma de la imaginación.

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