Cansancio
Ojos
rojos, lentes empeñadas; LibreOffice al 160 por ciento; las piernas
reclaman la tranquilidad de un parque o el pataleo inútil de la
alberca; el estómago exige, seducido, algo más que café; los dedos
sostienen el peso de las manos; codos caídos, pijama somnolienta,
cerebro marchito, ni siquiera la musa se pasea a estas horas del casi
viernes. En la noche, los sonidos del teclado se ahondan en la
intimidad de la escritura, compiten con el niño que llora, piso
arriba, con el escándalo de la luz; los libros me dan la espalda:
lucen los títulos o el nombre de los autores; el desparpajo de las
prendas en el cesto de ropa sucia, con suerte mañana encontraré
algo; las cucarachas se pasean con soltura frente al zombie que las
mira; libros apilados toman turno —1001, 1002, 1003— antes de
pasar por mis ojos: Perus, Farabi, poesía alemana, Faulkner, León
Bloy; post-its me recuerdan obligaciones postergadas: “avance de
tesis”, “pasar a Filos”, “IILI”…; exámenes parciales
gravitan en la carpeta, la carpeta gravita en la mochila, la mochila
ocupa mi lugar en la cama; las almohadas roncan; un excel abierto,
cursor listo, precisa de números para obtener promedios; mi
reproductor de MP4 exhala la última rayita; no hay agua en el vaso;
la alarma me dice que dormiré poco: la clase espera, 7 en
punto, pero antes 5:13, "Hola, chiquita", "despierta, ya es hora", agua muy caliente, después fría, después
no importa y luego hasta las 9 y más tarde hasta las otras 9; la impresora, optimistamente —¡qué
más da el adverbio a estas horas!— me recuerda —memoria cansada— el cuento y la entrada del blog. Y entonces el diálogo
interior:
—¿Exámenes?,
¿el libro de Mexicana?, ¿la antología de Pacheco?, ¿el gafete?
—Todo.
—Pero
Stevenson…
—“All things on earth and sea, / All that the white
stars see, / Turns about you and me”.
—Está
bien, puedes dormir.
Comentarios