Vaciar la papelera




No podría decir con exactitud cuánto tiempo he “desperdiciado” en mi vida. Y si bien el propio tiempo y una que otra vez el olvido se encargarán de “desfragmentarla” con el único fin de hacerla ligera y práctica, me parece que al final quedaré insatisfecho por las horas que no fueron. 

Debo aclarar que no se trata de horas improductivas, mucho menos de errores cometidos. Nada más verdadero de haber vivido que un código erróneo, enmendado o sin configuración adecuada. Los dioses cometen errores, con más razón un hombre vertido en tres dimensiones.

Me refiero a los espacios o intersticios de los que nadie sabe, aquellos que no habitan ni la memoria ni el olvido, extraviados, anulados del mundo. Textos escritos y luego quemados, palabras resguardadas en la comisura de los labios, mensajes sin enviar, problemas sin resolver y que nos condujeron a la hora profunda hasta decir “basta”. A veces creo que la vida es un derroche de tiempo, que se trata de un paréntesis, cuando no de puntos suspensivos. ¡Pura mamada!

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