El otro como yo
Fue García Márquez quien dijo que
las personas tenían una vida pública, una privada y una secreta. Más de uno gozará solamente de la primera o la segunda, pocos
pueden sobrellevar ambas y nadie puede tener la tercera como única opción.
Suelo sorprenderme cuando pienso que el mismísimo Bach o el humano Newton
tuvieron, hasta donde es posible comprobarlo, 24 horas en su día, y que además
de su obra conocida, el primero multiplicó la especie de forma exponencial y el
segundo tenía algo de “cobarde moral y de llorón autocompasivo y de vez en
cuando era víctima de serias depresiones”. ¿Pero sabemos algo de su vida
secreta?
Mis
escasas lecturas me han llevado a concluir que pocos dominaron el arte
de la otredad como Kapuściński. Y lo traigo a cuento porque me parece que es el
único humano del que se tiene noticia que no ha tratado de imponer su yo al
otro; es decir, que conoció la vida pública, privada o secreta de varias
personas, siempre y cuando dichas personas hayan deseado dar a conocerlas (así, con esta torpeza de verbos).
Arriesgo una hipótesis: uno “sigue” la vida privada de alguien, porque quizá su
vida pública sea anormal, buena o mala, poco ética o políticamente correcta,
ejemplar o antiheroica; pero adentrarse en su vida secreta, en las ideas más
profundas o las costumbres más íntimas, convierten lo anterior en una “persecución”.
"Perseguir" es imponer un yo
frente al otro.
Cuando
las barreras parecen vulneradas, cuando la intimidad comienza a filtrarse y se
vuelve acto público bajo la mirada de otro, nunca más se vuelve al estado
original. Esta obviedad precisa un matiz: el estado original, cualquiera que
sea, “simula” una definición, una seguridad y, sobre todo, la fuente de las
cosas que podrían justificarnos.
No
dudo de las buenas intenciones; dudo de la capacidad de los hombres, aunque me parece
que las buenas intenciones llevan una carga de “yo” inmensurable. Recuerdo un
día en el que un compañero donó una consola de videojuegos para la brigada que
organizó la Casa del Estudiante, donde viví muchos años. La brigada se llevó a
cabo en Cuamancingo, Guerrero. Llevamos ropa, cobijas, medicamento (y algunos
pasantes de medicina), etcétera. Agradecimos la intención del compañero
benefactor, la celebramos, y después le dijimos que era un pendejo, pues "en Cuamancingo no hay luz". Quizá por ello desconfío de aquellos que
desean “ayudar” a las personas con entusiasmo altruista, sobre todo cuando “ayudar”
significa hacer del otro un “yo”; querer hacer de un Diógenes, un Alejandro
Magno.
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