El orden de la Web
Quienes me conocen, saben que una
de mis debilidades es el mundo de las computadoras. Veo divertido cómo
las personas se enfilan para comprar un celular, aparato que siempre resumo en llamadas
y mensajes. De las tablets, no diré mucho, sólo que están hechas para leer y descargar
unas cuantas aplicaciones interesantes. Los verdaderos conocedores me dirán que
es absurdo lo anterior y que podría explotarlos de mejor manera. Responderé que
la computadora no tiene comparación y que el resto de las “cosas” que se podrían
hacer con un celular y una tablet, en realidad lo hago en mi máquina.
Quienes
me conocen más, sabrán que estoy interesado en la información o datos, como
quieran llamarlo. La idea de una “carpeta” me parece el mejor ejercicio crítico
para un usuario. Desde hace años había tenido una cantidad considerable de
artículos y libros referentes a mi tema de tesis: Borges. Hasta hace poco pude medianamente resolver el asunto, es decir, encarpetar los archivos que parecían
volar por un espacio del disco duro y que estaban más bien descarriados; para al
fin clasificarlos según mis intereses y urgencias. Sin embargo, dicha “clasificación”
es endeble. Con el tiempo, mi tema de tesis se mudará a nuevos intereses. Estoy confinado a la carpeta “Varios”.
Una
de las obsesiones que se ha mermado con el tiempo es la idea de descargar
archivos: útiles, medianamente útiles, otros que nunca volveré a ver y que
están ahí, en mi computadora. Recuerdo perfectamente el inicio de esta obsesión:
conectaba un disco duro externo y descargaba música. El asunto
de la clasificación regresaba, no obstante, pues música de tal o cual género
exigía no mezclarse con otra en la misma carpeta. Al final desistí. Aún lo
hago. Todavía hay canciones que ni siquiera están nombradas correctamente.
No puedo admitir por completo que fui un pirata de la música, pero sí admito que quemaba uno que otro disco durante mi juventud, casi adolescencia, para mis amigos. Recordaré a mi lector, por si no lo sabe, que vengo de un pueblo en el que durante mucho tiempo en las escuelas sólo había Windows 3.1, que los discos de 5 ¼ se vendían como pan caliente y el internet era un privilegio. Tampoco quiero que me confundan con un hacker o algo así, nada más alejado de la realidad. Sencillamente gustaba de tener unos cuantos archivos en mi computadora y compartirlos sin problema.
No puedo admitir por completo que fui un pirata de la música, pero sí admito que quemaba uno que otro disco durante mi juventud, casi adolescencia, para mis amigos. Recordaré a mi lector, por si no lo sabe, que vengo de un pueblo en el que durante mucho tiempo en las escuelas sólo había Windows 3.1, que los discos de 5 ¼ se vendían como pan caliente y el internet era un privilegio. Tampoco quiero que me confundan con un hacker o algo así, nada más alejado de la realidad. Sencillamente gustaba de tener unos cuantos archivos en mi computadora y compartirlos sin problema.
Convencido
de que la información es poder, tal como la supone Aaron Swartz, ahora mi
obsesión se ha desbordado. La información se multiplica al máximo, chorros de
tinta se chorrean (permítame el lector la cacofonía), aunque, pensándolo bien,
no se chorrean, simplemente se ponen en línea, y los sitios y las palabras y
los programas y las aplicaciones son tantas que empiezo a creer que Borges
hubiera dicho en este contexto que “los espejos y la cópula [y el internet] son
abominables”. Me pondré de nuevo como ejemplo. Tengo mis marcadores en Google.
Es decir, nuevas carpetas en las que “clasifico” sitios de internet. Hay, así,
una carpeta para “Diccionarios”, otra para sitios de “Música”, pero hay una más
que me empieza a incomodar. La nombré, en ese momento, “Intereses”. Es decir,
todo aquello que me gusta o que me gustaría retomar quizá para nuevos textos en
el blog, quizá simplemente para echarles un ojo con más calma, pues siempre hay
un nuevo interés que leer o reproducir. Esa carpeta, ahora, se ha desbordado.
Tendría que dedicar días completos para agotarla. Artículos, videos, documentales,
etcétera, todo eso que vi de pasada y que no pude asentarlo. Pero no es la
única, hay una más que nombré como “Biblioteca”. Esta maldita obsesión de
obsesionarte por las cosas que te obsesionan. Libros para descargar, sitios de
bibliotecas digitales, libros que se pueden consultar en línea, pero que ahora
rebasan la claridad de un tipo entregado a recopilar y recopilar sin procesar
información. Perder un sitio en medio del caos de la Web resulta, al menos para
mí, angustioso. O simplemente no encontrar la referencia precisa es
apabullante. Alguna vez tuve frente a mí una página enciclopédica sobre los Mamíferos,
algo así como Gutenberg Project. En cada entrada había artículos de
investigación, referencias científicas sobre el tema. Encontré también alguna
vez una nota sobre el multicitado libro sobre cómo derrocar una tiranía en unos
cuantos días y que, según entiendo, fue leído por jóvenes durante el gobierno
de Gadafi. Pues bien, nunca más los he vuelto a ver. El internet (ya lo había sugerido
en una entrada de hace años en este blog) parece un “libro de arena”, para
seguir con Borges. No quiero decir con esto, porque mis intereses siempre son nimios,
que Google de cierta manera nos orilla a encontrar las cosas que quiere que
encontremos [aquí este link sólo como un botón de muestra: https://es.wikipedia.org/wiki/Internet_profunda],
sino que muchas veces siento que busco una aguja en un pajar. Las pocas referencias,
la memoria falible y los filtros informáticos sólo nos orillan a multiplicar
información pasajera.
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