El riesgo de las leyes



Nada más tentador ni excitante que buscar, inquirir y tejer una ley que explique, con esa manera simple y elegante de las leyes, un fenómeno x. Cuando las leyes se traducen a fórmulas numéricas o verbales, uno puede ir por la vida resolviendo por aquí y por allá problemas que escapan a los sentidos, sobre todo al común. Schopenhauer ha dicho, que cada vez que uno lee un libro, se permite que el otro piense por el lector. Esta frase, que propongo como verdad, a pesar o gracias a su ironía, justifica dos cosas: una, la posibilidad de que el conocimiento construido por alguien más sea el punto de partida de uno nuevo, valerse de la inercia ajena para ganar velocidad; dos, la egolatría analfabeta. Recurriré a Asimov para ejemplificar medianamente lo primero (de lo segundo, el mundo es prolijo):

Al año siguiente terminó finalmente Darwin su gran libro, El origen de las especies, que el público esperaba ya con impaciencia.
La mayor laguna en el razonamiento de Darwin es que no sabía exactamente cómo los padres transmitían sus caracteres a la descendencia, ni por qué los descendientes diferían entre sí. La pregunta la contestó Mendel en 1865, sólo seis años después de publicarse el libro de Darwin; pero la obra de Mendel permaneció inédita hasta 1900. Darwin murió el 19 de abril de 1882 y nunca llegó a conocer bien las leyes de la herencia.[1]

En estos tiempos en el que los genios escasean o permanecen ilusamente en el anonimato (no cuento a los que insisten sobre su genialidad en las redes sociales), encuentro la fórmula del filósofo alemán pertinente para valorar leyes previas, siempre y cuando se emplee en su justa dimensión. No es extraño pensar que el procedimiento mecanizado para armar el cubo de Rubik esconda una inteligencia superlativa; aunque más bien suele mostrar eso, un procedimiento automático. De ser así, el ejercicio “intelectual” sería una aplicación a la n potencia de teorías con resultados obviamente positivos. Por otro lado, quienes se vanaglorian de llegar a leyes prescritas por su propia cuenta, debemos recordarles que el tiempo no concede revanchas; es un factor-causa, pues cada tiempo implica una serie de circunstancias que lo replican. Los homenajes y las profanaciones suelen ser más valederos con conocimiento de causa.
La ciencia suele privilegiar las leyes simples frente a las complejas:

La teoría de la relatividad general de Einstein predecía un movimiento de Mercurio ligeramente distinto del de la teoría de Newton. El hecho de que las predicciones de Einstein se ajustaran a las observaciones, mientras que las de Newton no lo hacían, fue una de las confirmaciones cruciales de la nueva teoría. Sin embargo, seguimos usando la teoría de Newton para todos los propósitos prácticos ya que las diferencias entre sus predicciones y las de la relatividad general son muy pequeñas en las situaciones que normalmente nos incumben. (¡La teoría de Newton también posee la gran ventaja de ser mucho más simple y manejable que la de Einstein!)[2]

            En el caso de la literatura, la religión y la vida, además de la simpleza de su expresión, los juegos con el lenguaje suelen avasallar la verdad: “Lo definitivo sólo corresponde a la religión y al cansancio” (Borges); “Cada solución genera nuevos problemas” (Murphy), “No matarás” (Dios), por citar algunos ejemplos.
            Incólumes al tiempo (es un decir nada más), las leyes tienen, sin embargo, un riesgo: el olvido de una experiencia espaciotemporal determinada, intraducible. Arriesgo una hipótesis: las historias buscan a toda costa dotar de realidad una idea, acaso porque en el fondo pensamos que en la parte se puede encontrar el todo, acaso porque los detalles pueden revelarnos secretos del universo, aunque más bien en los detalles “inventemos” (en su sentido etimológico-denotativo) las conexiones, aquellas que estuvimos buscando a fuerza de lecturas y experiencias dirigidas. La distinción me parece pertinente.
La manzana de Newton no es más que un experimento pensado, momento de revelación perdido de forma irremediable. El riesgo, pues, para las leyes es oponer números o frases a la vida. Dejaré que Bertrand Russell lo explique mejor: “En astronomía está claro que es de más valor conocer la ley de la gravitación que la oposición de un planeta determinado durante una noche particular o incluso durante todas las noches del año”.




[1] Isaac Asimov, Momentos estelares de la ciencia, trad. Miguel Paredes Larrucea, 4ª ed. Madrid, Alianza, 1984, p. 114.
[2] Stephen W. Hawking, Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros, trad. Miguel Ortuño. México, Crítica, 1988, p. 29. 

Comentarios

Entradas populares