Palimpsestos
Encontré dos notas contrastantes.
El recorrido temporal a ellas me parece pertinente. Reviso desde hace días con
algo de dedicación algunos títulos para una posible clase sobre cuento
fantástico latinoamericano del siglo XX. Nombres como los de Borges, Cortázar,
Arreola, Tario, Onetti, entre otros, tienen un lugar asegurado en esa lista.
Interrogué entonces mi escasa biblioteca y llegué, cuando trataba de agregar
algunos más, a la literatura mexicana. Amparo Dávila,
Elena Garro, en fin, se sumaron a ella. Fue entonces cuando tomé El llano en llamas y Antología del cuento mexicano de la segunda
mitad del siglo XX. Primero Rulfo y después la antología. Busqué el índice
al final del libro, sin éxito. Lo que sí encontré fue una nota de amor de
Zyanya. La nota me pareció un hallazgo de por sí fantástico, que vino del
pasado, pero hecho más que nunca realidad, pues se instala en el presente y
llega como el sorbo del café en la mañana o el verso infalible a la memoria. Siempre
renegué de esa edición de El llano en
llamas, pero ahora la guardaré con celo, pues alberga un mensaje del pasado
que mis días futuros se negarán a borrar.
Pero
desconfía de la vida cuando te muestre su mejor cara. Con una sonrisa en los
labios y algo más que amor, consulté el segundo índice, el de la antología. Hallé el índice y una nota más. Ésta sí puedo reproducirla: “Strange fruit”. La recuerdo bien, ese fármaco
llamado escritura y el sabor del café de la tarde trajo a mí un cuento leído en
el taller de los jueves. Un tipo, de quien nunca he sabido su nombre, de esos
que van cuando la jornada laboral no es tan apremiante, leyó un texto en el que
se hacía alusión a esta canción interpretada por Billie Holiday. Siempre
renegué de Holiday, pero la letra, el contexto de los jóvenes de Iguala, el
contraste con la nota de mi amada Zyanya; todo eso salvará el día en el que
escuché por primera vez “Strange fruit”. El pasado insiste, puede ser tan
dulce como una nota del ser amado o tan doloroso como una herida.
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