¡Peña, Peña, Peña!

Hay cosas en la vida que no se entenderán nunca: cómo Coleridge escribe un poema de un sueño, cómo Dos Santos anota ese magnífico gol contra Estados Unidos, cómo el café de Copilco es tan barato y tan bueno, cómo fue que llegó el Guille a la Selección, cómo llegar a Buenos Aires en menos de diez horas (o en menos aún), cómo saltar de La Quebrada y no morir, cómo recorrer 100 metros en menos de diez segundos, cómo puede valer un cuadro o un manuscrito millones de pesos (y cómo hay siempre una universidad de Estados Unidos que los compra), cómo concebir la fortuna de Slim, cómo es que genómicamente somos casi idénticos, cómo es que tenemos el pulgar opuesto, cómo es que alguien pueda sacarle los ojos a su hijo, cómo es que Michael Jackson fue negro y después blanco, cómo es que una tortilla con salsa es el alimento de tanta gente, cómo es que Roberto Carlos pudo darle tanta curva a su disparo, cómo es que pisamos la Luna, cómo es que Mozart escribía obras de arte antes de que pudiera decir "Wir Wiener Wäscherweiber wäschten weiβe Wäsche, wenn wir wüβten, wo weiches Wasser wär", cómo es que Cristo caminó sobre el agua, cómo es que se puede encontrar un pozo contando dunas, cómo es que logran cruzar la frontera, cómo es que Peña Nieto está donde está. Todos los casos son únicos, son errores de la vida; unos buenos, otros no tanto: todos maravillosos por su rareza; pero acaso el último es una verdadera estupidez, una soga al cuello, una tortura de seis años, una batalla, un escalón más abajo, una trinchera sin soldados, un ataúd a punto cerrarse.

Comentarios

Anónimo dijo…
O un ataúd ya cerrado.

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