Nada sobre nada
No nada de nada, como lo dicta una pésima canción, sino nada sobre nada; nada se fundamenta en la nada, como Flaubert y Mutis lo intentaron, o como el poema de (¿de quién era?) Manuel Acuña: "ya que en mi numen agotado me hallo / el asunto y el plan a que yo aspiro / rompo mi humilde cítara, me callo, / y con perdón de ustedes me retiro."
Pero nada de nada podría prescindir incluso de la filosofía, pues aunque la filosofía se esfuerce en llenar ese vacío en palabras que de nada sirven, son algo y no nada. Nada, entonces, es ausencia de un todo; ¿pero cómo lograr la ausencia en un mundo de signos? Quizá la nada sea imposible, quizá la nada sobre nada sea una empresa fallida de facto para quien ha decidido cambiar su vida en palabras, como dice Borges. Nada, entonces, sólo puede ser expresada con un todo que sugiera la nada, alusión incansable, verso no en silencio (como "Silencio y soledad..." de Cernuda), sino verso ausente: "tenía el nombre de la Ausencia", como dice Bartolo.
Incansablemente se ha intentado demostrar la parodaja de la equivalencia del todo con la nada... Por Dios, basta admirar la Ciudad de México y creer en el todo y después imaginar el universo para admirar la nada. Y quizá es ahora que llegamos a esa maravillosa imagen (¿de quién: de Villaurrutia o algo así?) de la nada que me tiene cautivado desde que Batis la pronunció y que ahora de manera involuntaria vino a mi mente en una familia de significados exhaustos: dos espejos que se confrontan son la imagen de la nada. Esta excelente imagen le esté vedada a los hombres que cometieron el error de ser sujetos antes que objetos, que pueden considerarse objetos pero siempre a partir de la existencia de un sujeto. Dos espejos confrontados necesitan de la ausencia de un sujeto para que la nada exista. Quizá, entonces, el todo y la nada se confundan desde la perspectiva de esta ausencia de alguien que siempre tiene perspectiva. Que los problemas de la literatura (y quizá de otras ociosidades que expresan mejor que cualquiera la naturaleza humana) no se resuelven, sino se atrapan, como dice la maestra Valquiria Wey, o, como agrego yo, se expresan en signos o imágenes o sueños...
Nada sobre nada sería, entonces, dos espejos confratados: un silencio que se sostiene bajo una esfera de imágenes vampirescas. Que así sea por todos nosotros.
Pero nada de nada podría prescindir incluso de la filosofía, pues aunque la filosofía se esfuerce en llenar ese vacío en palabras que de nada sirven, son algo y no nada. Nada, entonces, es ausencia de un todo; ¿pero cómo lograr la ausencia en un mundo de signos? Quizá la nada sea imposible, quizá la nada sobre nada sea una empresa fallida de facto para quien ha decidido cambiar su vida en palabras, como dice Borges. Nada, entonces, sólo puede ser expresada con un todo que sugiera la nada, alusión incansable, verso no en silencio (como "Silencio y soledad..." de Cernuda), sino verso ausente: "tenía el nombre de la Ausencia", como dice Bartolo.
Incansablemente se ha intentado demostrar la parodaja de la equivalencia del todo con la nada... Por Dios, basta admirar la Ciudad de México y creer en el todo y después imaginar el universo para admirar la nada. Y quizá es ahora que llegamos a esa maravillosa imagen (¿de quién: de Villaurrutia o algo así?) de la nada que me tiene cautivado desde que Batis la pronunció y que ahora de manera involuntaria vino a mi mente en una familia de significados exhaustos: dos espejos que se confrontan son la imagen de la nada. Esta excelente imagen le esté vedada a los hombres que cometieron el error de ser sujetos antes que objetos, que pueden considerarse objetos pero siempre a partir de la existencia de un sujeto. Dos espejos confrontados necesitan de la ausencia de un sujeto para que la nada exista. Quizá, entonces, el todo y la nada se confundan desde la perspectiva de esta ausencia de alguien que siempre tiene perspectiva. Que los problemas de la literatura (y quizá de otras ociosidades que expresan mejor que cualquiera la naturaleza humana) no se resuelven, sino se atrapan, como dice la maestra Valquiria Wey, o, como agrego yo, se expresan en signos o imágenes o sueños...
Nada sobre nada sería, entonces, dos espejos confratados: un silencio que se sostiene bajo una esfera de imágenes vampirescas. Que así sea por todos nosotros.
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