De narcos y algo de música
Ignoro para la música, pero en el caso de la literatura no es la primera vez en que las musas visitan a los artistas para que canten las hazañas de hombres impíos; aventuras del Norte, en este caso, o incluso del Sur (tan al Sur que llega a mis rumbos); matanzas y metralletas, siempre frente al gobierno, burlando sus trampas y cosechando el pánico.
Una semana en mi casa, aquí en el DF, es casi una actualización de estos grupos que le cantan a los narcos. Son tantos que se puede creer que su música es detestable, tan cercana al pop que da asco, además de las características consabidas: muertes, venganzas, robos, sangre, balas. Pero en más de una ocasión se equivocan.
Hace poco escuché una entrevista que le hicieron a Carlos Montemayor. Él, refiriéndose a Lucio Cabañas y los movimientos que a la par con Genaro Vázquez emprendieron, decía que las guerrillas eran el fin, lo último, de la violencia, no el principio. Los medios para entablar un diálogo con el gobierno eran siempre fallidos y terminaban en masacres o, en todo caso, como seguro lo piensa el Estado, en una o dos muertes insignificantes. Las Guerrillas son el final de la violencia, el resultado de gobernantes incompetentes. En una regla de tres, ¿cuál sería la correspondencia al narco?, ¿qué sería, en este proceso de violencia que varias veces se cuela a la gente común, el movimiento del narcotráfico?
Como se sabe, con la muerte de Beltrán Leyva en Morelos, los grupos Los Cadetes de Linares y Ramón Ayala fueron detenidos y puestos bajo averiguación. No quiero hablar aquí del narcotráfico y mucho menos meterme en cuestiones políticas o de crítica al Estado o a los integrantes de los cárteles, sólo quiero decir que de este movimiento, al cual me opongo pues sólo la política le entra el quite, nos ha regalado varias letras que no puedo sacarme de la mente. Versos memorables, rimas felices, aventuras dignas de valentía y cobardía, destreza en el acordeón, frases tan maravillosas como Jefe de Jefes, caballos de carga con droga, violencia y muerte.
Hace poco vi la película Zona de miedo. Como espectador, como hombre cobarde que se refugia desde su casa, asaltado por la duda y la adrenalina, me digo que me hubiera encantando ser valiente, atrevido, con coraje (por decir lo menos) y disfrutar, como una droga, la violencia y la cercanía de la muerte. Estos hombres que le cantan al narco o que sus historias bien podrían contextualizarse de esa forma (no los acuso ni los señalo como parte de esa mafia, sólo reconozco su destreza en la música y en la composición) eligieron un camino sin duda peligroso, de conveniencia con ambas partes, de neutralidad, y, sin saberlo quizá, desarrollan un arte digno de mención.
Desde niño escuché, no sin alegría, a los Cadetes de Linares, a Lorenzo de Monteclaro, a algunas bandas (que prefiero omitir, porque entre los chilangos es música de lo peor, salvo contados casos) y es tal vez el antecedente de mi gusto por esta música, y es tal vez el antecedente de grupos ahora tan radicales que graban sus pistas llenas de balazos y muertes.
No digo que ellos sean el origen, sólo afirmo que dicha música bien puede pensarse como antecedente de los ahora llamados narcocorridos. Los Cadetes de Homero, no los de ahora, me parecen un gran grupo, de evidente facilidad en la composición. Y qué decir de Lorenzo de Monteclaro, su voz que recuerda el Norte (para mí un Norte difuso). En ambos casos, que traigo ahora para compartir un poco de la música que escuché cuando niño, cantan con notable maestría.
Una semana en mi casa, aquí en el DF, es casi una actualización de estos grupos que le cantan a los narcos. Son tantos que se puede creer que su música es detestable, tan cercana al pop que da asco, además de las características consabidas: muertes, venganzas, robos, sangre, balas. Pero en más de una ocasión se equivocan.
Hace poco escuché una entrevista que le hicieron a Carlos Montemayor. Él, refiriéndose a Lucio Cabañas y los movimientos que a la par con Genaro Vázquez emprendieron, decía que las guerrillas eran el fin, lo último, de la violencia, no el principio. Los medios para entablar un diálogo con el gobierno eran siempre fallidos y terminaban en masacres o, en todo caso, como seguro lo piensa el Estado, en una o dos muertes insignificantes. Las Guerrillas son el final de la violencia, el resultado de gobernantes incompetentes. En una regla de tres, ¿cuál sería la correspondencia al narco?, ¿qué sería, en este proceso de violencia que varias veces se cuela a la gente común, el movimiento del narcotráfico?
Como se sabe, con la muerte de Beltrán Leyva en Morelos, los grupos Los Cadetes de Linares y Ramón Ayala fueron detenidos y puestos bajo averiguación. No quiero hablar aquí del narcotráfico y mucho menos meterme en cuestiones políticas o de crítica al Estado o a los integrantes de los cárteles, sólo quiero decir que de este movimiento, al cual me opongo pues sólo la política le entra el quite, nos ha regalado varias letras que no puedo sacarme de la mente. Versos memorables, rimas felices, aventuras dignas de valentía y cobardía, destreza en el acordeón, frases tan maravillosas como Jefe de Jefes, caballos de carga con droga, violencia y muerte.
Hace poco vi la película Zona de miedo. Como espectador, como hombre cobarde que se refugia desde su casa, asaltado por la duda y la adrenalina, me digo que me hubiera encantando ser valiente, atrevido, con coraje (por decir lo menos) y disfrutar, como una droga, la violencia y la cercanía de la muerte. Estos hombres que le cantan al narco o que sus historias bien podrían contextualizarse de esa forma (no los acuso ni los señalo como parte de esa mafia, sólo reconozco su destreza en la música y en la composición) eligieron un camino sin duda peligroso, de conveniencia con ambas partes, de neutralidad, y, sin saberlo quizá, desarrollan un arte digno de mención.
Desde niño escuché, no sin alegría, a los Cadetes de Linares, a Lorenzo de Monteclaro, a algunas bandas (que prefiero omitir, porque entre los chilangos es música de lo peor, salvo contados casos) y es tal vez el antecedente de mi gusto por esta música, y es tal vez el antecedente de grupos ahora tan radicales que graban sus pistas llenas de balazos y muertes.
No digo que ellos sean el origen, sólo afirmo que dicha música bien puede pensarse como antecedente de los ahora llamados narcocorridos. Los Cadetes de Homero, no los de ahora, me parecen un gran grupo, de evidente facilidad en la composición. Y qué decir de Lorenzo de Monteclaro, su voz que recuerda el Norte (para mí un Norte difuso). En ambos casos, que traigo ahora para compartir un poco de la música que escuché cuando niño, cantan con notable maestría.
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