El nacimiento de una generación
Sin advertirlo, sin saber el cómo del inicio, me parece entrever desde hace poco una nueva generación. Los alcances y las maravillas que ésta pueda traer son, por supuesto, desconocidos; pero su presencia es cada vez más nítida. Los cielos y la tierra están tranquilos esta noche y lo han estado desde hace tiempo; los mares calmos o violentos, no importa su estado, tampoco la anunciaron; ni siquiera los pronósticos de una profecía o la brújula del vidente. Que yo sepa, nadie ha dicho una palabra al respecto. Más bien, el flujo parece continuar de manera relativa, como son los cambios.
Antes de describir esta generación, me gustaría exponer una idea sumamente arriesgada, pero necesaria. La idea es ésta: dos tipos de hombres acaparan las artes y la ciencia. Los primeros serviciales a los segundos; los segundos independientes, hijos o no de su tiempo, huérfanos o no de la vida, pero siempre segundos. Los primeros gozan y viven una buena vida y disfrutan y tienen elección. Los segundos nada eligen. Los primeros nunca estarán en los segundos; los segundos pueden ser primeros. Los primeros se llaman académicos, críticos, vacas sagradas, hombres doctos. Pueden crear grandes obras, difundidas entre los más, comprendidas incluso entre los menos; pero nunca, y en esto que no haya duda, nunca serán segundos. Podrán, eso sí, engendrar grandes generaciones de primeros, mientras que con los segundos puede morir la estirpe hasta nuevo aviso. Banquo y Macbeth. El mundo nunca estará a los pies de los primeros, no caminarán nunca por las aguas, mucho menos su palabra levantará masas o detendrá el flujo de la sangre. Serán ejemplo y virtud, mas no segundos, mas no hombres segundos. Los primeros se encargarán de explicar y aumentar (en la medida de sus límites) las ideas de los segundos. Los primeros serán inteligentes, eruditos; nunca hombre de arte, nunca hombre de ciencia.
Los segundos se llaman genios. Son menos, vagan por la vida o se aproximan a la felicidad, pero siempre su condición les recordará que son segundos, que están destinados a cosas mayores. Los primeros, que explicarán sus ideas en años, en vidas, serán apenas una milésima parte de estos hombres que en una noche, mientras duermen, o un día mientras viajan o a la hora de la comida, les darán de comer a los primeros, morirán por darle de comer a los primeros, vivirán y su paso por la vida será sólo irse, para dar e irse, para confeccionar e irse, para crear.
De estos segundos es la generación a la que me refiero. Desconozco sus rostros, pero escucho sus ideas a leguas de distancia. Al fin una generación digna de estar viva en estos momentos, una generación acuñada en la tierra, una nueva generación que valga. Nacidos antes del 85. Los veo tan solos, sin destino propio. Llaman a reunión pero nunca están completos, el sonido de la campana a todo lo que da y ellos como capullos formándose apenas bajo el sol, evadiendo la lluvia, en busca de algo que todavía no es cierto.
Una generación de individuos, distantes, encerrados en círculos, sin compañía. Confundidos a veces, llamados por el Espíritu, pero no saben tal vez que son ellos, que ese es su nombre, que los llaman, que deben escuchar. Insisto, es una generación que nace, que se forma apenas, que ni siquiera abre los ojos o los empieza a abrir. Cachorros golpeados por el frío. El bien (y, por qué no, también el mal) pasea por su mente... Espero con ansia alguna señal.
Antes de describir esta generación, me gustaría exponer una idea sumamente arriesgada, pero necesaria. La idea es ésta: dos tipos de hombres acaparan las artes y la ciencia. Los primeros serviciales a los segundos; los segundos independientes, hijos o no de su tiempo, huérfanos o no de la vida, pero siempre segundos. Los primeros gozan y viven una buena vida y disfrutan y tienen elección. Los segundos nada eligen. Los primeros nunca estarán en los segundos; los segundos pueden ser primeros. Los primeros se llaman académicos, críticos, vacas sagradas, hombres doctos. Pueden crear grandes obras, difundidas entre los más, comprendidas incluso entre los menos; pero nunca, y en esto que no haya duda, nunca serán segundos. Podrán, eso sí, engendrar grandes generaciones de primeros, mientras que con los segundos puede morir la estirpe hasta nuevo aviso. Banquo y Macbeth. El mundo nunca estará a los pies de los primeros, no caminarán nunca por las aguas, mucho menos su palabra levantará masas o detendrá el flujo de la sangre. Serán ejemplo y virtud, mas no segundos, mas no hombres segundos. Los primeros se encargarán de explicar y aumentar (en la medida de sus límites) las ideas de los segundos. Los primeros serán inteligentes, eruditos; nunca hombre de arte, nunca hombre de ciencia.
Los segundos se llaman genios. Son menos, vagan por la vida o se aproximan a la felicidad, pero siempre su condición les recordará que son segundos, que están destinados a cosas mayores. Los primeros, que explicarán sus ideas en años, en vidas, serán apenas una milésima parte de estos hombres que en una noche, mientras duermen, o un día mientras viajan o a la hora de la comida, les darán de comer a los primeros, morirán por darle de comer a los primeros, vivirán y su paso por la vida será sólo irse, para dar e irse, para confeccionar e irse, para crear.
De estos segundos es la generación a la que me refiero. Desconozco sus rostros, pero escucho sus ideas a leguas de distancia. Al fin una generación digna de estar viva en estos momentos, una generación acuñada en la tierra, una nueva generación que valga. Nacidos antes del 85. Los veo tan solos, sin destino propio. Llaman a reunión pero nunca están completos, el sonido de la campana a todo lo que da y ellos como capullos formándose apenas bajo el sol, evadiendo la lluvia, en busca de algo que todavía no es cierto.
Una generación de individuos, distantes, encerrados en círculos, sin compañía. Confundidos a veces, llamados por el Espíritu, pero no saben tal vez que son ellos, que ese es su nombre, que los llaman, que deben escuchar. Insisto, es una generación que nace, que se forma apenas, que ni siquiera abre los ojos o los empieza a abrir. Cachorros golpeados por el frío. El bien (y, por qué no, también el mal) pasea por su mente... Espero con ansia alguna señal.
Comentarios
Por otro lado. Me llama la atención eso de que los "primeros" nunca serán artistas o científicos. Es extraño que los hombres de letras con frecuencia sean llamados "artesanos" o "científicos", pero rara vez "artistas". Al respecto tengo algunas creencias.
Hombres de letras artesanos son aquellos que con mucha paciencia van ensartando palabras y, al final, tienen un artefacto lindo, admirable, muy adecuado para adornar el librero y servir de recuerdo de un lugar que se ha visitado.
Hombres de letras científicos, aquellos que (Bianca opinará otra cosa) son capaces de formular hipótesis que luego retoman los hombres de ciencia para hacer descubrimientos. (Recuérdese que buena parte de las hazañas científicas empezaron en la tinta de los literatos, desde el traje para bucear hasta el viaje a la luna. ¡Y recuérdese, verbigracia, el Urn Burial de sir Thomas Browne!) El hombre de letras "científico" sabe que no es necesario "demostrar" nada, esa vanidad lo aturde; el otro científico necesita demostrar porque, si no, no existe.
¿Y por qué en literatura es tan raro que haya "artistas"? Implícita en la noción del artista está la del ego. Un artista debe ser una personalidad que sirva de espejo o crisol para la belleza del mundo. Pero en literatura existe un axioma ¿o teorema? según el cual el ego no existe (Shelley-Valery-Borges-etc.)
Y aquí recuerdo la muy conocida frase de Lautréamont: "la poesía debe ser hecha por todos".
¿O no?
Hombres de letras y hombres de ciencia tienen un valor muy independiente.
Pero en la vida diaria, en el mundo terrenal, hay algunos que sólo nos dedicamos al oficio... Y a veces sonreímos.